Está en librerías limeñas desde hace algún tiempo Perdida, la novela de la escritora estadounidense Gillian Flynn, y quiero recomendarla a todos aquellos que busquen una lectura entretenida, cautivante y a la vez reveladora de algunas profundidades de la sicología humana. Y también a aquellos que estén esperando el estreno de la película basada en este libro, dirigida por el estupendo David Fincher, que se anuncia para este año. No siempre vale la pena leer un best seller antes de ver la versión cinematográfica. Esta, estoy seguro, es una de esas ocasiones en que sí lo es, y con creces.
Publicada originalmente en 2012 con el título de Gone Girl, la novela de Flynn estuvo por muchas semanas en las listas de libros más vendidos en los Estados Unidos ese año y el siguiente. Su popularidad es síntoma, creo, de la enorme pericia con que Flynn juega aquí con las convenciones del género. El suyo es un thriller experto, muy bien construido y muy bien narrado, que como los mejores ejemplares de este tipo de narrativa mantiene en completo suspenso a los lectores, tanto por los quiebres y giros de las acciones que relata como por su magistral manejo de la información (o desinformación) que el relato va ofreciendo a los lectores.
Es difícil contar el argumento de esta novela sin revelar algunos de sus secretos, pero voy a intentarlo. La acción comienza con una escena doméstica: una pareja joven, Nick y Amy, se levanta la mañana de su quinto aniversario matrimonial. Se saludan, desayunan y Nick sale hacia el trabajo (es co-propietario, con su hermana, de un bar). Y entonces, Amy desaparece sIn dejar huella alguna, y su desaparición será el misterio que la novela debe resolver.
Poco después nos enteramos de su historia. Nick y Amy viven ahora en un adormilado pueblo de Missouri, del cual Nick es nativo, pero antes vivían en Nueva York. Han debido mudarse luego de que Nick perdiera su trabajo como editor, y han debido usar el dinero familiar de Amy para la compra del bar que ahora les da sustento.
Y nos enteramos también de que su vida de pareja no es color de rosa: hay infidelidades, deterioros, discusiones violentas y un malestar general que parece anunciar, al menos, la cercanía de un divorcio.
Digo “nos enteramos” a sabiendas de que en realidad ese verbo es cuestionable. Nick y Amy se turnan para contar la historia, el primero mediante un relato en primera persona y la segunda a través de un diario que empezó a escribir algunos años antes, al principio de su noviazgo. Pero poco a poco su confiabilidad como narradores es puesta en cuestión y el terreno que sus voces construyen se va desdibujando y llenándose de dudas ante los ojos, cada vez más abiertos, del lector.
Primero sucede con Nick, quien, debido a los descubrimientos facilitados por el diario de su esposa y a sus propias actitudes mientras la policía lleva adelante las investigaciones, resulta ser el principal sospechoso de la desaparición de Amy. Y luego sucede con la propia Amy, de una manera espectacular que no detallaré para no malograrles la diversión a quienes se animen a leer el libro. Lo importante es notar la maestría -Flynn ha sido comparada, y la comparación no es ociosa, con la gran Patricia Highsmith- con que Flynn construye esta situación sólo para luego desvirtuarla.
Gillian Flynn ya había demostrado su talento para el thriller con dos entregas anteriores, Sharp Objects (2006) y Dark Places (2009), ambas enfocadas en una perturbadora visión de las relaciones humanas. Pero fue recién con Gone Girl que logró construir personajes perfectamente verosímiles y adentrarse en ellos para revelar paso a paso, escena a escena, secretos inconfensables y torturas interiores en las que todos (te lo prometo, lector) nos reconoceremos un poco.
Y logró además algo que es poco frecuente en un género tan dominado por autores y temas pensados “para hombres”: una memorable antiheroína que permanecerá, y merece hacerlo, entre los clásicos del género.
Porque a fin de cuentas lo que esta novela hace es entregarnos la tortuosa, pérfida, imperiosa vida interior de una mujer herida en su orgullo y capaz de absolutamente todo para reparar el daño. Y en el proceso, nos obliga (con sutileza, con discreción y con un sentido del humor cerradamente negro, pero no con poca fuerza) a preguntarnos por las armas que tiene a su disposición un personaje como ella, atrapada entre la demanda imposible de las expectativas ajenas y un matrimonio que es un inacabable juego de poder (como quizá, en algún nivel, lo sean todos). Y nos obliga a preguntarnos también si esas armas no serán las nuestras, y si lo que nos falta para ser como ella no es tan sólo un poco de su malévola imaginación. Léanla, que vale la pena.