Las primicias de Cien años de soledad
La publicación de la obra maestra de García Márquez en 1967 estuvo precedida de una campaña de promoción que hoy no sería posible.
Pocas novelas latinoamericanas han tenido el éxito relampagueante que alcanzó, en el momento de su publicación en 1967, Cien años de soledad. El libro de García Márquez irrumpió como una tromba en la escena literaria de la lengua española y capturó de manera casi inmediata el mercado de la época. Esto es, por supuesto, testimonio de su poder, su originalidad y su brillo.
Pero también es un hecho que en esa empresa, García Márquez no estuvo solo: más bien, la publicación de su novela estuvo acompañada por una larga campaña de promoción que tuvo como protagonistas no tanto (como sucede mayormente hoy) a los actores de la industria editorial propiamente dicha, sino a una red de conocimiento literario de enorme influencia sobre los hábitos de lectura y la difusión del trabajo literario en aquella era: una red de revistas y publicaciones alternativas al espacio oficial, y, a través de ellas, la voz de críticos bien sintonizados con el aliento de lo nuevo en nuestras letras.
En un artículo publicado ayer en el diario La República, Pedro Escribano nos recuerda que un capítulo de la novela de García Márquez se había publicado ya en el Perú poco antes de su aparición como libro. Escribano se refiere al número inaugural de la revista Amaru, que publicaba por entonces la Universidad Nacional de Ingeniería y dirigía el poeta Emilio Adolfo Westphalen. Ahí, como puede verse en este índice, se publicó un fragmento titulado “Subida al cielo en cuerpo y alma de la bella Remedios Buendía”.
Pero Amaru no fue la única publicación periódica que dio a conocer al público lector, sediento de novedades, el trabajo del entonces casi desconocido García Márquez. De hecho, como hace notar El Espectador de Colombia (la casa en la que el futuro Nobel dio sus primeras batallas como periodista), el germen de algunos episodios de su obra más importante se encuentra en notas publicadas en sus páginas ya en los años 50: “La casa de los Buendía”, de 1950 (donde el pueblo en el que la familia habita aún no tiene nombre), y “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, de 1955.
Pero fue cuando la novela se acercaba a su momento de publicación (Junio de 1967, en Buenos Aires) que la campaña de “primicias” de García Márquez empezó con plena fuerza. El propio El Espectador publicó en 1966, en dos ocasiones distintas, capítulos completos de Cien años de soledad; lo propio hicieron la revista parisina Mundo Nuevo, en marzo de 1967 (“El insomnio en Macondo”), Marcha, de Uruguay, en mayo (“Diluvio en Macondo”), y Primera Plana, de Argentina, también en mayo (“La muerte de Buendía”).
La importancia de estos adelantos de la novela en publicaciones de la época (algunas de ellas, como la mítica Marcha, centrales en el debate intelectual, político y literario del continente) fue grande. Tomás Eloy Martínez cuenta, por ejemplo, que la publicación en Mundo Nuevo generó “una ráfaga de deslumbramiento corrió entre los lectores hispanoamericanos. Se estaba ante la completa novedad de un lenguaje sin antecedente y de una osadía narrativa que sólo podía compararse con Rabelais, con Kafka y con los cronistas de Indias. Aun así, el autor seguía siendo casi un desconocido".
Y es cierto. Lo mismo puede afirmarse de todas las demás publicaciones que mencionamos: abrieron el apetito de los lectores por una novela que se anunciaba como realmente revolucionaria, en varios sentidos de este término.
En un ensayo titulado “Batallas de la pluma y la palabra”, que se ocupa precisamente del rol cumplido por estas revistas latinoamericanas en la creación de consensos literarios y modos de leer fuera de los espacios institucionales y oficiales, la investigadora argentina Claudia Gilman destaca el papel cumplido por el crítico uruguayo Ángel Rama en la campaña de promoción de Cien años de soledad, a través de estos medios y otros.
Gilman anota que en 1964, Rama se encontró en México con García Márquez, quien se sentía “desafortunado” porque su obra hasta entonces no alcanzaba difusión continental. Rama decidió entonces comprometerse a dar a conocer el trabajo del colombiano en la parte sur del continente: fue, escribe Gilman, la “crónica de un éxito anunciado”.
Desde entonces, Rama, quien era el editor literario de Marcha, no sólo escribió numerosas notas y artículos elogiando la escritura de García Márquez, sino que se ocupó de difundir el manuscrito de Cien años de soledad entre todos los formadores de opinión literaria que le fue posible, y puso todo su prestigio crítico (que era grande) detrás de esta novela aún inédita. En el camino, Rama contribuyó a generar en torno al trabajo de García Márquez el aura de la “gran novela latinoamericana”, capaz de renovar la tradición y construir una nueva visión del continente. Que fue, finalmente, el modo en que se recibió el libro una vez publicado y la forma que aún continúa teniendo su lectura.
Gilman observa también que la intención de Rama era, en parte al menos, política tanto como literaria: el uruguayo concebía su labor crítica como una batalla contra las “fachadas culturales”, especialmente aquellas promovidas por los Estados Unidos a través de su política de intervención cultural en la región (de la que, hay que anotarlo, Mundo Nuevo fue parte).
Así, pues, la campaña de promoción y lanzamiento de esta novela inmensamente (y merecidamente) exitosa puede ser entendida como el fenómeno más significativo de una era en la que la literatura contaba con redes de apoyo y difusión hoy quizá inexistentes, al menos en esos términos alternativos y anti-establishment. Y una era, además, en la que la práctica de la escritura no era concebible fuera de un contexto de debate y confrontación tan literarios como políticos, una batalla por definir el sentido, la naturaleza y el futuro del continente.
Para nuestra suerte, ciudadanos de un tiempo distinto, la novela que esta campaña apoyó satisface no solo esas expectativas, sino muchas más, y permanece con nosotros como el más grande de nuestros clásicos modernos. Pero no está de más preguntarse cuál hubiera sido su suerte sin esa red de apoyo, sin esas voces críticas. Cuál hubiera sido su suerte, es decir, en un mundo más parecido al nuestro.